Hace unos días, en la universidad donde colaboro, se suscitó una polémica en torno a la conveniencia o no de que nuestros estudiantes leyeran un libro que les había sido asignado dentro de una Campaña de fomento a la lectura. Como formo parte del consejo editorial, y de dicha campaña, me vi en la necesidad de enviar un comunicado del cual comparto algunos fragmentos con ustedes:
“Consideramos que la censura ha sido una lacra para nuestra sociedad puesto que replica tabúes que merman el pensamiento crítico, la libertad de expresión, el debate de ideas, la creatividad, el diálogo, etc. La literatura es Arte. A diferencia de las telenovelas, series e imágenes, cuya única intención es la de alimentar el morbo, una obra literaria toca la condición humana, utilizando palabras artísticamente creadas. Desde nuestra óptica, no deben de existir libros prohibidos. En todo caso, la lectura de buenos libros es una alternativa ante la abundante vulgaridad que inunda las redes sociales. En ese sentido, otras obras leídas dentro de la Campaña, tales como: Aura, de Carlos Fuentes, Las batallas en el desierto de José Emilio Pacheco, Crónica de una muerte anunciada, de Gabriel García Márquez, Esquirlas, de Luis Paninni, entre otras, también abordan temas que, para algunos, pueden resultar polémicos. En resumen, el libro es un texto en el que el autor entreteje la realidad con su propia visión.
Una cosa es cierta: todo lo prohibido, atrae. Recordemos cuando, hace unos años, el entonces Secretario del Trabajo, Carlos Abascal, censuró Aura, porque le asustó que su hija adolescente, en una secundaria privada, estuviera leyendo algo que él calificó como “de una fuerte sensación sensual”. Ante eso, Carlos Fuentes le agradeció a Abascal, ya que las ventas del libro se dispararon a veinte mil ejemplares por semana.
En defensa del libro, de la Literatura, pero sobre todo de la formación de lectores, les hacemos un llamado a guiar a nuestros alumnos para que, mediante la lectura, sean capaces de diferenciar entre sus sensaciones ante la observación del cuerpo desnudo de El David de Miguel Ángel, de aquéllas frente a la basura a la que están expuestos cotidianamente.
Censurar un libro sería ignorar el valor de El Cantar de los Cantares, de la obra de Sor Juana Inés de la Cruz, de Dante Alighieri, de Octavio Paz, cuyo contenido erótico es contundente.
Es inconcebible que en pleno siglo XX1 existan aún prácticas similares a las de la Edad Media”.
Hasta aquí, el fragmento del comunicado que envié. Ahora les propongo que hagamos un ejercicio de reflexión y nos pongamos al centro: somos censores o no… ¿Somos lectores? ¿Para qué serlo?